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Autonomía, la llave para la efectividad organizativa

Uno de los asuntos pendientes que más preocupan a trabajadores y empresas en el panorama laboral español —de hecho, de la mayoría de los países del mundo—, es el de la conciliación de la vida profesional y familiar. No en vano, una de las causas de fuga de talento en las organizaciones modernas es que muchos trabajadores sienten que no pueden equilibrar adecuadamente la atención que prestan a dos de sus áreas de responsabilidad más importantes: el trabajo y la familia. El motivo principal es la perpetuación de un horario laboral que hoy en día ya no tiene sentido.

La jornada laboral que «sufrimos» actualmente, caracterizada por horarios de inicio y fin establecidos de antemano, y su control más o menos formal como medio de asegurar la productividad, tiene su origen en la revolución industrial. En una línea de producción, lo que hace un trabajador tiene siempre el mismo valor. Por tanto, el valor total de su trabajo es directamente proporcional al tiempo que permanezca trabajando. En este contexto, y asumiendo que cada trabajador tiene una velocidad de producción más o menos constante, tiene todo el sentido del mundo medir la productividad en función del tiempo. A más tiempo trabajando, más productividad. Para el trabajo de naturaleza manual, fijar horarios laborales es necesario si queremos asegurar los niveles de productividad deseados.

Sin embargo, la naturaleza del trabajo ha cambiado radicalmente desde entonces. A mediados del siglo XX el trabajo manual empezó a ser sustituido progresivamente por lo que Peter Drucker denominó trabajo del conocimiento. En el trabajo del conocimiento, las cosas que se «producen» no tienen siempre el mismo valor. De hecho, es habitual encontrar profesionales más productivos que otros trabajando las mismas, o incluso menos horas que ellos. Es decir, medir la productividad en función del número de horas trabajadas ha dejado de tener sentido. La productividad de los profesionales modernos debe medirse en términos del valor de los resultados que alcanzan, no del tiempo que estén sentados en una silla.

A pesar de este cambio de paradigma, muchas organizaciones se resisten a «liberar» la jornada de trabajo. Y no me refiero simplemente a flexibilizar la hora de entrada a la oficina, sino a permitir que los empleados trabajen cuando y donde crean más conveniente, según las circunstancias y las necesidades de cada momento. En otras palabras, cuesta mucho conceder autonomía a los profesionales.

El presentismo y las jornadas de trabajo de ocho horas —o más—, no son la única herencia que nos ha dejado la era industrial. Mecanismos de motivación «extrínsecos», como el dinero o el pago en especie, siguen a la orden del día, cuando está demostrado que se trata de una forma de motivación contraproducente para los trabajadores del conocimiento. Por no hablar de métodos de trabajo basados en el paradigma de la «gestión del tiempo», claramente insuficientes para lidiar con los entornos de negocio volátiles, inciertos, cambiantes y ambiguos del siglo XXI.

¿Es posible hacer profesionales más autónomos? Sí, pero debemos alejarnos del modelo de productividad industrial y cambiar algunas cosas. En primer lugar, la manera en que los profesionales gestionan sus flujos de trabajo. Es necesario abandonar el paradigma de la «gestión del tiempo», y adoptar un enfoque orientado a la «gestión de la atención». Metodologías de productividad personal como Getting Things Done® han supuesto un claro punto de inflexión en este sentido. También es necesario motivar correctamente a nuestros profesionales, permitiéndoles que desarrollen su maestría —haciendo aquel trabajo que más les gusta y mejor saben hacer—, y ayudándoles a dotar de sentido a su trabajo —que vaya más allá del simple trabajo que hacen. Y desde luego, decir adiós para siempre a la jornada laboral tal y como la conocemos.

Tenemos que grabarnos una cosa en la cabeza: la efectividad de las empresas ya no se mide por el número de horas que trabajan sus empleados, ni por dónde lo hacen, ni de crear planes de incentivos basados solo en lo económico. En el siglo XXI, la efectividad organizativa pasa por tener profesionales autónomos, nómadas del conocimiento, personas creativas que son capaces de trabajar en colaboración con casi cualquier persona, en cualquier momento y lugar. Y eso solo es posible si se les dota de la suficiente autonomía. Aquellas organizaciones que sean capaces de verlo a tiempo y actuar en consecuencia, serán las que tengan más oportunidades de sobrevivir en los próximos años.

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Jerónimo Sánchez es consultor artesano y nodo de OPTIMA LAB, una red productiva que ayuda a personas y organizaciones a ser más efectivas para lograr sus resultados por medio del aprendizaje basado en la experiencia y nuevas metodologías centradas en las personas.

2016 Jerónimo Sánchez – Algunos derechos reservados

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